miércoles, 5 de marzo de 2014

Marimondas sin nariz.

Con la coyuntura del Carnaval de Barranquilla, no podíamos dejar pasar un hecho previo a la realización de esta fiesta del Caribe colombiano.

"Cuidado con el disfraz del Carnaval" tituló el Heraldo en una nota donde informaba cómo con el artículo 14 del Decreto número 0045, expedido el 16 de enero de 2013, se prohibía en el carnaval los disfraces “con alusiones vulgares o morbosas y todos aquellos que atenten contra los asuntos sagrados, la dignidad humana y respeto a las autoridades y personas en el libre desarrollo de su personalidad, creencias, condición política y social”.

Josefa Casiani, secretaria de Gobierno de Distrito en Barranquilla y promotora del artículo, afirmó que la medida busca que se respeten las buenas costumbres, en especial evitando disfraces vulgares que irrespetan a las mujeres.

Era matar el carnaval, la Marimonda se hubiera quedado encerrada dándole un verdadero golpe a la celebración. Por eso, César Morales, líder de la comparsa Las Marimondas del Barrio Abajo, se reunió con Elsa Noguera, alcaldesa de la ciudad y ella le prometió que el artículo se retiraría.

Paragüitas y las Marimondas del Barrio Abajo. Joaquín Sarmiento/Archivo FNPI


En entrevista con Blu Radio, Noguera reconoció que “al carnaval siempre lo ha caracterizado la sátira y ella no puede ir en contra de esta tradición”. Agregó que  el error pudo haber estado en que la norma no pasó por la Secretaría de Cultura, que hubiera identificado en su momento las consecuencias del artículo.


La arbitrariedad de la norma era clara. Como dijo Catalina Ruiz-Navarro en su columna (El Espectador, 20.2.14) “es necesario decir que el articulito era inconstitucional y atentaba contra los derechos a la libertad de expresión, al acceso y goce de la cultura y el derecho al descanso”. Sabemos que toda política cultural debe marcar el camino para el desarrollo libre de la cultura, siendo integral y democrática.

Caricatura  "Carnaval"  de Betto (El Espectador / Marzo 4 de 2014)


El artículo no lo era, ya que se encargaba de limitar el humor como herramienta poderosa de juicio político; tan necesario éste en una sociedad como la nuestra: violenta y marginada que encuentra focos de participación y diálogo en ese tipo de eventos. En este caso se quiso silenciar una práctica con retórica temeraria y mojigata.

Llama la atención como algunas normas se saltan la regulación para poder ser decretadas. La institucionalidad misma evita el encuentro con sus pares para adelantar los intereses personales. La acción política queda en manos del poder civil que, en este caso particular, se opuso a la intención estatal y en consenso concretó la política a implementar, en favor de la intención de la mayoría, como debe ser siempre.


¿Cómo nos vigilan en internet?




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